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sábado, 26 de febrero de 2011

EL CLIENTE

             En cualquiera de las actividades mercantiles que realizamos a diario de forma rutinaria, hay dos personas actuando: el Cliente y el Proveedor.
            Cuando voy al mercado a comprar fruta, carne o pescado, actúo como Cliente; y el frutero, el carnicero o el pescadero es mi Proveedor. Yo compro algo y ellos me venden eso que compro. Lo mismo ocurre si voy a cualquier tienda a comprar  otros productos. En todos estos establecimientos tengo muy clara mi condición de Cliente. Pido toda clase de explicaciones a mi Proveedor sobre los productos que voy a comprar. Veo los productos, los puedo tocar e incluso me los puedo probar. Conozco perfectamente su precio, algunos de ellos tienen garantía por un periodo determinado y en ciertos comercios, si no estoy contento con el producto adquirido, lo puedo devolver dentro de unos plazos determinados.
            Ahora voy a otra tienda llamada Banco o Caja de Ahorros. Porque el Banco (o la Caja)  al que acudo es otra tienda más. Y como cualquier otra tienda vende algo y yo Cliente de ese Banco voy a comprar algo. Pero, ¿de verdad cuando voy a esa tienda llamada Banco, me siento tan Cliente como en El Corte Inglés o en la frutería?.
            Veamos  un comportamiento muy habitual al comenzar nuestras relaciones con una entidad de crédito.
            Solemos ir a una de las sucursales (tiendas) de un banco o caja que alguien nos ha recomendado. “Atienden muy bien y son muy simpáticos”, suelen ser algunas de las facetas más resaltadas por quien nos ha hecho la recomendación. Es muy probable que lo primero que hagamos sea abrir una cuenta corriente o una libreta de ahorros. En esa cuenta vamos a domiciliar la nómina y los pagos habituales (luz,  teléfono, etc.). El comercial del banco nos va a ofrecer inevitablemente que compremos, al menos, una Tarjeta de Débito para operar en sus cajeros automáticos y para comprar en otros comercios. Es muy probable también, que en cuanto compruebe nuestra nómina, nos ofrezca otra Tarjeta, esta vez de Crédito. El empleado que nos atiende, que “lo hará muy bien y será muy simpático”, nos presentará a la firma un montón de documentos: los contratos de cuenta corriente, de tarjeta de debito, de tarjeta de crédito y de cualquier otra cosilla que haya podido caer. Nosotros, correspondiendo a su amabilidad, firmaremos sin leer ni una sola clausula de esos contratos, recogeremos nuestras copias, haremos el ingreso inicial en nuestra cuenta y nos iremos a nuestra casa tan contentos. Acabamos de Comprar, en una Tienda, unos Productos, de los que no hemos preguntado nada y por los que vamos a pagar periódicamente (comisiones) unas cantidades que desconocemos.
A través de esa cuenta, que refleja nuestra “contabilidad particular”, a la vez que nosotros vamos a seguir el estado puntual de esa contabilidad, el banco también va a hacerlo. De esta manera desvelamos nuestra vida económica a ese banco; le hacemos depositario de toda nuestra confianza. Nuestros otros Proveedores (frutero, Corte Inglés, etc.) solo conocen de nuestra vida económica que les compramos tal o cual cosa. El Banco, a través del movimiento de nuestra cuenta corriente, tiene un “retrato robot” muy certero de nuestra economía.
Quizás resulte un poco excesiva la descripción anterior. No pretendo, en absoluto, generar ningún tipo de animadversión hacia los Bancos y Cajas. Todo lo contrario: son comercios indispensables en el funcionamiento de nuestra vida cotidiana. Al menos a mí, me resultaría muy difícil vivir con mi dinero en “el colchón”, cobrar mi pensión en efectivo, pagar la luz, el teléfono y un montón de cosas más, cada una en su diferente oficina de pago, llevar encima siempre una cantidad de dinero, grande o pequeña según las compras, … … ¡vamos, un lío!.
Mi pretensión es la de hacer ver al lector nuestro papel fundamental de Cliente. De ese Cliente que, como en cualquier otra tienda, pregunta cuando no sabe una cosa y hasta que no sabe lo que va a comprar no lo compra. Además, al conocer nuestro Proveedor-Banco los entresijos de nuestra economía, podemos exigirle, con total naturalidad y educación, que nos explique hasta la última coma, las dudas que nos puedan surgir en cualquier contrato que celebremos el Banco y nosotros. Se nos tiene que olvidar la vergüenza, tenemos que olvidar nuestro orgullo y reconocer, cuando sea el caso, nuestro desconocimiento del producto que nos puedan ofertar. Estoy casi seguro que si comenzamos a ejercer de CLIENTES, con naturalidad, sin prepotencia e informándonos debidamente del producto que vamos a comprar, mejorará sensiblemente nuestra relación con el Banco o Caja, nos tratarán mejor, evitarán informaciones sesgadas y no nos llevaremos posteriores sobresaltos con los productos que compremos en Bancos y Cajas.

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